... relatos pseudopoéticos escritos desde lo más profundo de mi ser

Volviéndome loco

Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas. ¿Por qué lo hago? No lo sé; quizás inconscientemente sólo pretenda que otros consigan cumplir mi sueño y puedan escapar de sus perturbadas vidas. Pero en este grisáceo hospital nada tiene sentido, ni siquiera mis ilusorias divagaciones de intentar salvar al menos sus almas de la voracidad de los demonios, que aún estando vivos, día y noche les persiguen. Sus gritos ya no me dejan dormir, sus hipnóticos paseos me angustian, sus sombrías miradas me atemorizan. Y yo, que lentamente voy sintiendo como me vuelvo tan loco como ellos, sólo trato, con un sencillo gesto, de apaciguar sus atemorizadas almas.

Luchando en otra maldita guerra

Poco a poco las hojas en blanco se fueron llenando de palabras huecas que nada decían, de infinidad de números, de extraños símbolos, de fotos y mapas de ningún lado y así fue como los hombres trajeados, portadores de patrias y banderas, deseosos de más poder del que ya tenían, decidieron arriesgar el futuro de cientos de miles de millones de personas tratando de defender sus propios intereses disfrazadas de verdades irrefutables ante las que nada se puede oponer, y sin tan si quiera reflexionar sobre las nefastas consecuencias, activaron sin titubear el botón rojo que indicaba el trágico comienzo de otra desastrosa guerra. Y de esta manera cada palabra de aquel maldito informe se convirtió en un hombre cualquira (por ejemplo tu), cada número, cada cifra en un arma, cada lugar señalado en el mapa en un objetivo (que logicamente había que conseguir a cualquier precio, costara lo que costara). Pero en ninguna parte aparecían las víctimas, ni los hijos huérfanos, ni las madres desoladas; en ninguna página se señalaba el dolor o la angustia de cuantos injustamente luchaban, pero qué les podía importar a ellos si, refugiados en su bunker al otro lado del mundo, nada arriesgaban, siempre, de una u otra manera, ganaban.

Maldecidos por el nuevo Mesías

Cegados por el brillo de los megapíxeles y los plasmas que rodean nuestra ínfima existencia, obnubilados por deseos insustanciales que ni si quiera necesitamos y atraídos como polillas por el resplandor de metales sin valor hemos vuelto a ser engañados, dos mil años después, por el nuevo Mesías, el dios que todo lo puede, el dios que a todos nos mueve.

Y tu, iluso, creyendo que conoces tus propios pensamientos y que gracias a ello podrás escapar de cuantos males y epidemias nos acechen, te veras empujado a creer y creerás con el tiempo en él; y seguirás sus pasos y aceptarás sus consejos y poco a poco dejarás de pensar por ti mismo sencillamente porque tu ya no existes, sino que serás, como tantos otros, tan sólo uno más.

Y puede que ahora, sonriendo, trates de calibrar hasta que punto llega mi locura y te compadezcas sin más de mí, lamentándote del trágico destino que me aguarda, pero pronto, en un futuro que ya rozamos con nuestras manos, te darás cuenta de que estoy en lo cierto y correrás a sus templos tratando de encontrar allí respuestas a tus desdichas, y buscarás desesperadamente remedios para prevenir extrañas epidemias, y sacrificarás animales en su honor, y siguiendo sus doctrinas festejarás su existencia, pues el nuevo Mesías, el dios Dinero, al que todos adoráis, ha llegado.

Sus templos, inundados a todas horas de fervorosos creyentes, estarán marcados por el símbolo del dólar y acudiréis a ellos tratando de que os concedan un nuevo préstamo o una hipoteca, un aplazamiento de vuestros pagos o simplemente para sacar dinero y seguir inconscientemente malgastándolo.

Os atemorizará con nuevas plagas y enfermedades como la gripe A, y vosotros, ingenuos, correréis a las farmacias para comprar medicamentos inútiles que no sirven para nada, salvo para enriquecer más aún sus propios bolsillos.

El deseo por poseer más y más dinero os llevara a levantar y construir fábricas sin que os importen los males que podáis causar al planeta donde vivirán vuestros hijos, contaminando ríos y mares, destruyendo recursos naturales, devastando bosques y selvas, diezmando en fin el plantea, provocando con ello que lugares y especies animales desaparezcan, o lo que es lo mismo, sacrificándolos por el ansia de dinero.

Festejaréis, por último, su existencia malgastando y derrochando vuestro dinero en memeces inservibles que apenas llenarán vuestra vida durante unas horas, mientras al otro lado de vuestro mundo podrido la gente muere de hambre.

¿Y qué me decís de las Guerras Santas? ¿Cuánta gente morirá involucrada en guerras económicas que no alcanzarán jamás a comprender? ¿Cuánto dinero se malgastará en armas o en recursos militares? ¿Cuál será el precio de la vida?

¿Y ahora, me crees o sigues pensando que estoy loco?

La casa del caracol



Y sin apenas darme cuenta, me hice mayor.


Aquella mañana disfrazada de normalidad apareció, como cada mañana, con el sonido roto del despertador ahuyentando mis sueños, que terminaron desvaneciéndose por completo con cada uno de mis innumerables bostezos.


Tratando a duras penas de recomponerme degustando una taza de café la radio me escupió a la cara, como si nada ocurriera, mi futuro «el precio de la vivienda cae por octavo mes consecutivo» -¡por octavo mes consecutivo!- pensé incrédulo mientras de un largo sorbo acababa el elixir que me devolvía a la vida cada mañana.


El día transcurrió amenizado con la rutina de siempre: papeleo, llamadas telefónicas, conversaciones intranscendentes, miradas vacías dirigidas al reloj de la pared… y el eco de aquellas palabras retumbando en mi cabeza «el precio de la vivienda cae por octavo mes consecutivo». ¿Tal vez no hubiera un noveno mes? ¿Quizá esta fuera mi oportunidad? ¿Puede qué…?


Y de esta manera decidí hipotecar mi vida, sencilla hasta ahora, y unirme en sagrado matrimonio, per secula seculorum, con cualquier banco rufián que me enamorase con sus tasas, su euribor, sus TAEs y sus letras (que curiosamente estarían llenas de números).


Así, comencé, ingenuo de mi, lleno de ilusión mostrando una amplia sonrisa a cada agente inmobiliario que por infinidad de viviendas guiaba mis pasos como si recorriésemos las galerías del Prado o del Louvre, mostrándome las grandezas y maravillas de cada casa que visitábamos. Pisos acogedores y coquetos de treinta metros cuadrados, bohemias buhardillas, amplios pisos con vistas a ningún lugar, antiguas casas con su propia historia pero para reformar, duplex familiares con amplias terrazas millonarias, chaletes con piscina donde ahogarte con tus deudas, bajos sombreados en estrechas calles, casas abandonadas del mundo y de la vida, con ventanas a oscuros patios interiores o con vistas al mar, con armarios empotrados o empotrados en armarios, pareado, con garaje y con trastero, octavos sin ascensor con escaleras al cielo, con uno, dos y tres baños…


Y de esta manera tan triste fui perdiendo la sonrisa y la esperanza, a la vez que los ecos de aquella frase se difuminaban en mis adentros hasta desaparecer, y fue entonces cuando me di cuenta: la casa con la que siempre soñé, o al menos con la que soñaba desde aquella mañana, con vistas a todos sitios y ubicada cada día en cualquier lugar, existía realmente, ¡mi casa era el mundo! Y como los caracoles la llevaría conmigo toda mi vida porque sencillamente vivo en ella.

Envuelto en la soledad de cualquier tarde de otoño sin ti

Incansablemente las olas del mar, luchando por alcanzar las delicadas dunas de papel, acarician con suavidad mi piel, tímidamente, sin quererlo, esquivándome, pues tan sólo pretenden conseguir sus sueños y descansar, al menos un instante, en la orilla del constante vaivén del mar. Mientras tanto, a mis espaldas, siento que el lejano viento del sur, tras haber logrado escapar de las escarpadas montañas que anhelan rozan si quiera un destello del azul cielo, roza mi nuca y hace estremecer a mi alma, devolviéndole lejanos recuerdos aún no olvidados, traídos desde mi añorada tierra natal, entre ellos la suavidad de tus manos recorriendo a oscuras mi cuerpo, tus besos primeros, las noches estrelladas bajo las cuales se convertían en realidad los sueños, los abrazos fundidos en un solo cuerpo… y es así como, ebrio de aquellos sentimientos, el mar me va arrastrando haciéndome suyo, y yo del viento, que me devuelve a ti a pesar de que no te tengo.

Espero que alguien pueda perdonarme por lo que he hecho

Amanece, lo sé porque la luz de las farolas ha dejado ya de golpear mis ventanas. Amanece y yo aún sigo despierto. No he podido dormir en toda la noche, ni si quiera un segundo he podido liberar mi alma para que volará al mundo de los suños. Sentado en el borde de la cama he visto como muy lentamente en el reloj iba consumiéndose una y otra vez el segundero tratando de escapar de su rutina de ir marcando inconscientemente la vida sin poder sentir lo vivido, sólo presente, sin pasado ni futuro. Mis ojos enrojecidos suplican que les deje descansar pero no soy yo quien se lo impide, son esos malditos recuerdos. Yo también quisiera dormir, retornar a las ensoñaciones que en otro tiempo tuve, no despertar, pero no puedo, hoy no. El maldito recuerdo de ese maldito día que nunca debí vivir atormenta mi mente, me hace temblar, me obliga a odiarme. ¿Cómo pude hacerlo? ¿Ni tan si quiera sé por qué lo hice? ¿Ni tan si quiera sé por qué estoy aquí? Me convencieron para defender mi país ¿pero de quién? ¿por qué? Nunca llegué a comprenderlo y menos aún hoy que mis manos tiemblan manchadas de sangre. Ahora siento el frío del metal sobre mis sienes, se acabo. Ahora dormiré para siempre, sólo una última cosa: espero que alguien pueda perdonarme por lo que he hecho.

La realidad

Puedes pintar la realidad del color que tu quieras, del color que más te guste, el que más alivie tus penas, verde, rojo, azul, qué más da? pero dará igual, la realidad será siempre igual de extrañamente dolorosa.

Mundo enfermo II

Prometo no volver la vista atrás, como hizo Orfeo a su paso por los infiernos, ni vlover mis pasos nunca más, pues poco pueden hacer mis manos por ayudar a este enfermo, que se derrumba y cae sin encontrar ningún remedio que sane los males en los que poco a poco se ha ido sumergiendo: guerras, hambre, epidemias, contaminación, poder, envidia, corrupción... y dolor.

Dolor en los labios de un niño que suplica agua.

Dolor en las manos de un niño que muere en la guerra.

Dolor en los ojos de un niño que suspira de hambre.

Dolor, dolor y sólo dolor.

Naufrago

De pronto, al tiempo que los últimos rayos del sol desaparecían tras el lejano horizonte, desapareció también la calma. Fue entonces cuando el mar enloqueció. Primero un inquieto silencio atemorizó mi espíritu, despues -aún se estremece mi alma al recordarlo- el rugir de mil demonios escapando de sus entrañas me precipitó a mi más oscura pesadilla. Las olas del mar que en otro tiempo calmaron mi hambre, me amenazaban ahora de forma cruel y violenta, quizá con el fin de cobrarse con mi vida los dones que tiempo atrás había recibido de él. El agua iracunda comenzó a colarse por los inexistentes huecos del casco, mientrás Perséfone, apuntó ya de resquebrajarse en pedazos, vomitaba nuestra carga al compás de los innumerables golpes con los que el mar nos castigaba. Poco a poco mi alma, amarrada a la vida, fue perdiendo toda esperanza, al igual que Perséfone, mi barca y vieja compañera, fue perdiendo las velas, el timón, la quilla... pereciendo poco a poco a la deriva.

...Y un buen día, sin ser consciente del mágico momento en el que el mar me perdonó la vida, desperté varado en la orilla de cualquier lugar.

La guerra

La oscuridad regresó como cada noche al cielo, pero esta vez su tonalidad parecía diferente; un rojo intenso teñía finamente la linea del horizonte y el extraño silencio que acompañaba a la calma nocturna simulaba un frágil sueño.

De pronto un respalndor de luz al compás de un sonoro golpe.

Despues gritos de dolor.

Y poco despues silencio.

A la mañana siguiente, mientrás los vivos enterraban a los muertos, no salió el sol, tuvo miedo.

Maldito mundo enfermo

Tenía 13 años cuando por primera vez estuve en una guerra. No recuerdo apenas nada, no sé quién combatía contra quién, ni cuales eran las causas, ni los lugares en los que las balas surcaban el aire buscando un cuerpo donde detenerse y detenerle. No lo recuerdo, sólo puedo acordarme que la divertida melodía de mis dibujos animados preferidos dió paso al llanto de los niños, al dolor de las madres, al sufrimiento de un pueblo... era la guerra desde el otro lado de la pantalla, atormentándonos, inquietándonos, sin poder hacer nada por salvar sus vidas, por cambiar este mundo.

Hoy de nuevo he vuelto a estar en una guerra, exactamente igual a las demás, y ya ni recuerdo de cuantas de ellas he huido, sólo sé que la gente sigue muriendo y no podemos hacer nada por cambiar las cosas, salvo recostarnos en nuestro sofá y cambiar de cadena para olvidar sus llantos. Maldito mundo enfermo.