El sonido de una ambulancia
perdiéndose en el silencio de la madrugada, la estela de un avión parpadeando
sobre el horizonte bañado de plata, el susurro del viento que pasa arrastrando una hoja y
borra mis huellas, el tiempo que se consume sin dejar ningún rastro de lo
que fue salvo el eco de las campanadas retumbando sobre la marquesina del
autobús donde sigo pacientemente esperando imaginando un cielo claro en una
noche de invierno, añorando el verano para abrigar con él mi gélido aliento.
Llega el autobús e irremediablemente abandono mis ensoñaciones, saludo, pago y
me apago, convirtiéndome en un pasajero más de la línea 5.