... relatos pseudopoéticos escritos desde lo más profundo de mi ser

Operación Bikini

« ¡Aliento de mariposa, baba de caracol… qué vuelva a brillar el sol! ¡Ancas de rana verde, bigotes de cual ratón… qué retorne el calor! ¡Pétalos de margarita, vapores de dragón… veranito, playita, sol!» 

Por fin surgieron efecto los conjuros para alejar la oscuridad del invierno y desterrar del horizonte sumergido en el mar las tormentas y los tormentos que antaño azotaron la costa ya de por sí quebrada. Por fin cesó la furia de los aguaceros intensos y descansaron agotados los maltrechos paraguas que sobrevivieron a la crueldad de tantos y tan bravíos eneros. Por fin se alargaron como sombras las aletargadas horas del día con remiendos de azules cielos y estivales rayos de sol y tintineantes estrellas y horizontes de roca y nieve y coloridos prados de flores silvestres. Y nos alcanzó por fin la noche de San Juan y de entre las candentes brasas de sus hogueras renació el anhelado verano que tanto echábamos de menos. 

Pero el desalmado invierno fue cruel con nosotros y con argucias y enredos diluyó nuestra esbelta figura, arropada entre bufandas y abrigos, en el vacío del espejo. Y colmados de ingenuidad creímos que lo que redondeaba nuestras barrigas era el grosor del pijama o el suave peso de las mantas que descansaban cada noche junto a nosotros en el sofá, mientras seguíamos imaginándonos tan atléticos como los héroes griegos.

Entonces nos sorprendió de improviso el ansiado estío con unos kilitos extrañamente acoplados al cuerpo, perfectamente amoldados bajo la pálida piel, estratégicamente colocados. Tanto, incluso,que apenas podían disimularse unos efímeros segundos conteniendo el aire en los pulmones o apretando en demasía el cinturón del pantalón. Así que ante la imposibilidad de hacerlos desaparecer por arte de magia y sin pretender eludir mi responsabilidad para con el bañador acudí con ferviente devoción a milagrosos métodos de dudosa reputación con el fin de devolverle al espejo el reflejo de la lustrosa figura que lucía en tiempos pasados. 

Pero escarmentado por las falsas promesas de comparsas televisivas opté por desechar cada una de las fehacientes inventivas que caían en mis manos: el infalible e inseguro método Dukan, dietas de ínfimas calorías a base de zanahorias, jengibre y piña,la cruzada contra los alimentos sólidos en favor de deleznables batidos hiper-mega-multi-proteínicos, encriptadas horas en las que se comiera lo que se comiese nunca se engordaba, esmerados engaños para hacer desaparecer el apetito con esotéricos zumos de asqueroso sabor… y opté en cambio por un remedio mucho más sencillo: sonreír y disfrutar siendo yo mismo porque, en definitiva, no importan los kilos que me escupa a la cara la báscula sino la satisfacción de quererse a uno mismo tal y como uno es. ¿A quién le importan las calorías que se esconden bajo el cónico barquillo de un helado de nata y nuez cuando lo está disfrutando paseando descalzo a la orilla del mar? Amén.