... relatos pseudopoéticos escritos desde lo más profundo de mi ser

Sol de otoño

Cuando, como cada tarde, regrese su padre se desvanecerán por completo sus miedos. Bajo el calor de una farola que tintinea de frío alimentará su espíritu malherido con historias de Cortázar y en un suspiro se quedará dormido abrazado a su cuello, soñando con cronopios y famas, con dulces gotas de leche esparcidas por el cielo, mientras el viejo busca un soplo de esperanza en las sucias monedas que han caído entre sus dedos.

El vivo al bollo

Se entrenaban cada mañana para estar muertos, o al menos parecerlo, cerrando con fuerza los ojos y aguantando la respiración con trocitos de goma en la nariz tratando de imaginar el cielo que don Alfonso con voz gastada y ronca (como su sotana) les había detallado aquel domingo de mayo. Mientras tanto Mario, más entretenido en las cosas terrenales, aprovechaba los recreos para registrar minuciosamente cada pupitre y asegurarse así un buen almuerzo, preguntándose si en el infierno también habría chuches.

A cada instante

Aún es pronto para que descubras el rasgado tacto de la vida -me entretengo pensando al acariciar con la experiencia de mis dedos tus rosadas mejillas-. Ya tendrás tiempo de arañar tus delicadas manos o de magullar tus rodillas, de aprender con cada golpe o de lastimar tu alma con etéreas espinas. Deja que de momento te proteja entre mis brazos y que acurrucada en mi regazo te llegue el sereno sueño. Deja que cubra tu piel desnuda con la suavidad de mis caricias, con la dulzura de mis besos, con el cálido soplo de vida que me empujo hasta ti. Deja que sea parte de tu ser, que te mime, que te quiera, que te sueñe a cada instante y a cada instante te viva.

El sabor de tus besos

Bajo la sombra de un viejo olivo te encontré y en aquel mismo instante te perdí. El sabor de tus besos apenas duró un suspiro y arrastró nuestros secretos consigo el cálido soplo del viento. La inexperiencia de mis manos aprendió del vaivén de las hojas caducas que flotaban en el aire, de la noche otoñal disfrazada de silencio, y al abrigo de tu cálido aliento dejaron de temblar mis labios y me deshice en tus brazos con el calor de tu cuerpo. Aún recuerdo, a pesar del cruel paso del tiempo, los murmullos de otoño, la luna llena colgada del cielo, la suavidad de tus dedos recorriendo mi espalda, el sabor de tus besos en mi paladar reseco.