Por fin quietas las cuerdas dejaron de recitar acordes de memoria mientras el viento, que pasaba sin detenerse, tarareó con ternura los últimos versos de su voz rota.
Su alma, colmada de pesares, recogió del suelo las frías monedas con las que sobornar a Caronte y resbalando sobre el reflejo de las luces navideñas desapareció para siempre entre las aristas de los tejados.
A la mañana siguiente nadie extrañó su ausencia pues el hueco que antes ocupaban sus canciones fue invadido por seductores destellos de escaparates en ofertas y gente que cargada de innecesaridad pasaba corriendo de un lado a otro.
Su alma, colmada de pesares, recogió del suelo las frías monedas con las que sobornar a Caronte y resbalando sobre el reflejo de las luces navideñas desapareció para siempre entre las aristas de los tejados.
A la mañana siguiente nadie extrañó su ausencia pues el hueco que antes ocupaban sus canciones fue invadido por seductores destellos de escaparates en ofertas y gente que cargada de innecesaridad pasaba corriendo de un lado a otro.