... relatos pseudopoéticos escritos desde lo más profundo de mi ser

Llantos convertidos en poesía

Acurrucado al calor de tu madre llegaste a la vida, resquebrajando el cielo en mil pedazos con ahogados lamentos convertidos en poesía.Y poco a poco te fuiste acostumbrando a dormir entre los brazos de quienes para soñar contigo desperdiciaron sus noches y te atreviste a inundar con la luz etérea que escapa de tus ojos cada efímero instante de profunda alegría. Entonces, cuando con tu delicada mano te aferraste mi dedo, se desvanecieron los miedos que acechaban nuestra existencia y salpicaste nuestras vidas con el mejor de los sueños.

Carpe diem

A la cola, como todo el mundo y el mundo entero detenido uno tras de otro aguardando quién sabe qué mientras el tiempo cargado de frágiles quimeras se desvanece irremediablemente ante nuestros ojos.

-Perdone ¿la salida?

-Al fondo, pero no puede saltar sin paracaídas.

Lo que somos

Apenas somos un puñado de recuerdos caducos esparcidos por la memoria que tan sólo añoran detener por un instante los fugaces momentos que lentamente se desvanecen en el olvido (consumiéndose en la nada) y asomarse al balcón de la existencia para gritarle a la vida que no somos nada, que el tiempo, impasible y cruel, pasa de largo ante nosotros arrastrándonos consigo y dejando tras de sí la sombra de lo que un día fuimos: líneas curvas y rectas que dibujan un horizonte ante nuestros ojos tan lejano y confuso que ya no sabemos diferenciar la realidad de los sueños.

Recuerdos del olvido

Pasos que se pierden ahogados bajo la imperecedera caricia de las olas y se desvanecen dejando sobre la fina arena primero los ecos de lo que no hace mucho fueron y luego sencillamente nada, la nada eterna y angustiosa que hace y deshace a su antojo el tiempo, como en un juego macabro de sombras carentes de luz, donde la vida pulula de un lado a otro palpitando bajo los suspiros enaltecidos del recuerdo que ahora perece. Y el espacio lentamente se consume y desaparece bajo la espuma de sal que acaricia la orilla.

Instantes

Y por un momento, efímero e impreciso, separé mis pies del suelo. Así fue cómo conocí los secretos que arrastraba consigo el viento y pude empaparme con el brillo espectral de las estrellas que cada noche se desprenden del cielo. Entonces entendí el lastimero canto de los pájaros y la lúgubre danza de las hojas caducas hasta el suelo. Pero luego caí sobre mis huellas y el peso de la vida cayó sobre mi alma anegando de dudas mi propio ser. Y por miedo a dudar también de mí mismo olvidé sin querer todo cuanto aprendí.

Sol de otoño

Cuando, como cada tarde, regrese su padre se desvanecerán por completo sus miedos. Bajo el calor de una farola que tintinea de frío alimentará su espíritu malherido con historias de Cortázar y en un suspiro se quedará dormido abrazado a su cuello, soñando con cronopios y famas, con dulces gotas de leche esparcidas por el cielo, mientras el viejo busca un soplo de esperanza en las sucias monedas que han caído entre sus dedos.

El vivo al bollo

Se entrenaban cada mañana para estar muertos, o al menos parecerlo, cerrando con fuerza los ojos y aguantando la respiración con trocitos de goma en la nariz tratando de imaginar el cielo que don Alfonso con voz gastada y ronca (como su sotana) les había detallado aquel domingo de mayo. Mientras tanto Mario, más entretenido en las cosas terrenales, aprovechaba los recreos para registrar minuciosamente cada pupitre y asegurarse así un buen almuerzo, preguntándose si en el infierno también habría chuches.

A cada instante

Aún es pronto para que descubras el rasgado tacto de la vida -me entretengo pensando al acariciar con la experiencia de mis dedos tus rosadas mejillas-. Ya tendrás tiempo de arañar tus delicadas manos o de magullar tus rodillas, de aprender con cada golpe o de lastimar tu alma con etéreas espinas. Deja que de momento te proteja entre mis brazos y que acurrucada en mi regazo te llegue el sereno sueño. Deja que cubra tu piel desnuda con la suavidad de mis caricias, con la dulzura de mis besos, con el cálido soplo de vida que me empujo hasta ti. Deja que sea parte de tu ser, que te mime, que te quiera, que te sueñe a cada instante y a cada instante te viva.

El sabor de tus besos

Bajo la sombra de un viejo olivo te encontré y en aquel mismo instante te perdí. El sabor de tus besos apenas duró un suspiro y arrastró nuestros secretos consigo el cálido soplo del viento. La inexperiencia de mis manos aprendió del vaivén de las hojas caducas que flotaban en el aire, de la noche otoñal disfrazada de silencio, y al abrigo de tu cálido aliento dejaron de temblar mis labios y me deshice en tus brazos con el calor de tu cuerpo. Aún recuerdo, a pesar del cruel paso del tiempo, los murmullos de otoño, la luna llena colgada del cielo, la suavidad de tus dedos recorriendo mi espalda, el sabor de tus besos en mi paladar reseco.

Contratante asegurado

Aquella tarde, papá, regresó a la tumba entristecido tratando de recordar el sabor de los besos que tanto añoraba. Cabizbajo dejó caer su cuerpo sobre la sepultura de piedra atiborrada de flores y envuelto en un profundo silencio recorrió una a una las frías letras de metal que describían su nombre. Para no dejar ningún rastro separó cuidadosamente los pies del suelo y esparció sus recuerdos para que se los llevara el viento intentando olvidar así la dolorosa reprimenda de mamá y la cara aterrada de la vecina que al verle salió corriendo creyendo haber visto a un muerto.

Montmartre

Sólo los bocetos desordenados que brotaron de sus entrañas y el apacible caos de sus viejos pinceles sobrevivieron a Caronte. Bajo las invisibles arrugas de la imaginación las últimas pinceladas del lienzo consumieron su aliento soñando con ser el viento que pasa o la insignificante mota de polvo que ajena al mundo cuelga del techo. Pero el tiempo, insensible y cruel, no concede favores a quien anhela escapar de su lecho y con su manto fue cubriendo lentamente de gris otoñal el primaveral cielo. Y entonces sus noches se hicieron eternas y tenues su recuerdos.

Au revoir

Amanece en Paris. Entre bostezos y croissants un tren nos aleja sin prisa de la ciudad del Sena mientras con cierta nostalgia nos despedimos a través del cristal de su encanto y de nuestros sueños que atrapados quedan entre las sábanas del hotel del alma. A duras penas el sol se va imponiendo entre las nubes de otoño, despejando los augurios del hombre del tiempo que vaticinaba anoche lluvia intermitente y frío invernal. Sobre los tejados suspendida en el grisáceo cielo una solitaria cigüeña, buscando quizá la calidez de otras tierras, parece guiarnos con su vuelo hacia el sur. El revisor ajeno a nuestros delirios nos sonríe, sella sin prisa nuestro billete y desaparece tras el reflejo de la Torre Eiffel que, a pesar de que ya nos ha olvidado, aguardará aún sin saberlo nuestro retorno.

Perdido en la memoria

Recuerdo que había noches en las que el sonido de la lluvia golpeando contra el cristal de mi ventana se fundía con las notas del violín que escapaban de entre sus dedos. Entonces los miedos que acechaban mis sueños desaparecían por completo bajo el peso de las mantas y una cálida sensación acariciaba mi piel colándose por cada uno de los poros de mi cuerpo inundando mi alma de paz y ahuyentando de mi habitación los fantasmas de la oscuridad. Y así, mientras los acordes flotando se desvanecían en el silencio, Morfeo me acogía en su regazo y me protegía hasta la llegada del alba en su cómodo reino.

Perdido en la memoria

Recuerdo que había noches en las que el sonido de la lluvia golpeando contra el cristal de mi ventana se fundía con las notas del violín que escapaban de entre sus dedos. Entonces los miedos que acechaban mis sueños desaparecían por completo bajo el peso de las mantas y una cálida sensación acariciaba mi piel colándose por cada uno de los poros de mi cuerpo inundando mi alma de paz y ahuyentando de mi habitación los fantasmas de la oscuridad. Y así, mientras los acordes flotando se desvanecían en el silencio, Morfeo me acogía en su regazo y me protegía hasta la llegada del alba en su cómodo reino.

La inexistencia de la nada

Incapaz de comprender siquiera los ecos de su propia existencia, la última alma humana rasgó con delicadeza la piel de papel que durante años le dio cobijo y consumiéndose se dispuso a abandonar el mundo de cemento que la amordazaba aun comprendiendo que aquello no sólo sería su final. Y así fue como las caricias perdieron el tacto y los besos y los sueños se volvieron caducos.