... relatos pseudopoéticos escritos desde lo más profundo de mi ser

el mar, la mar

De donde yo vengo el mar no es tan azul y siempre está en calma. El aire, que mece a su antojo las olas y serpentea entre las espigadas velas que se alzan anhelando el firmamento, es cálido en verano y tan frío en invierno que hasta la espuma que suavemente acaricia la orilla se escarcha a su llegada. Los veleros que en su infinidad se adentran hasta perderse en la lejanía del horizonte van dejando tras de sí estelas rectilíneas como si fuesen migas de pan y bajo una bruma polvorienta arrastran a su regreso los víveres que nacen del angosto fondo de sus entrañas. El olor a salitre que empuja la brisa a veces con ella se confunde con el verdor de los pinos o la quemazón de las chimeneas o el agradable dulzor de las flores en abril, y la humedad que se posa despistada sobre la ropa tendida se desvanece al instante bajo las tiernas caricias de los rayos del sol.

El mar de donde yo vengo no es tan azul, ni tan profundo, ni si quiera tan extraordinariamente extenso pero es dulce y apacible como el que descansa frente a mis ojos ahora y acaricia con suavidad mis pies descalzos.

Me ha confesado el viento que esconde bajo su ombligo estrellas fugaces caídas del cielo y recita poemas de amor cuando cree que nadie la escucha. Que para que olvidemos el paso del tiempo borra las huellas que vamos dejando y que nos ofrece su horizonte vacío para que lo inundemos de ilusorias quimeras. Que cada vez que sopla el sur se acurruca en su regazo para aliviar el malestar de su alma y que, cual pirata con pata de palo, esconde en las playas desiertas sus más apreciados tesoros.

Pero este mar que se acuesta cada noche sobre la espalda de una ciudad apagada y se tiñe cada amanecer del color rojizo del cielo no siempre está en calma ni se muestra siempre tan placentero y sereno.

En ocasiones se vuelve iracundo y arremete violentamente contra la costa indeleble que a veces se quiebra. Enloquecido salta por los aires maldiciendo su destino, resquebrajando cuanto encuentra a su paso. Despiadado vuelca su cruel fuerza contra la fragilidad de los barcos que aguantan como pueden sus embates. Se retuerce y se estruja con saña sobre su espíritu hasta hacer temblar las estrellas. Ensombrecido por los atroces delirios que le persiguen golpea una y mil veces contra los sueños maltrechos de pequeños pescadores que no pierden la esperanza pero tampoco sus miedos. Y cuando despierta de sus propias pesadillas y descubre lo que ha hecho se hunde en si mismo arrepentido y apenado por el llanto que llega de lejos. 

Así es este mar, tan diferente al que reposa de donde yo vengo, tierno y placido en su lucidez, impulsivo y enfermizo en su tormento.

And the Oscar goes to…

Llueve y hace frío, y aunque me resulte extraño no es extraño que así sea.

Huyendo de la humedad de los charcos que salpican el suelo, mis pies mojados me han conducido hasta la marquesina atestada del autobús donde trato inútilmente de apaciguar el gélido vaho que cubre mis huesos. De manera inconsciente busco refugio bajo la suave bufanda que tuvieron la delicadeza de regalarme los reyes magos y tímidamente me sumerjo entre la gente confiando en hallar un escondite que me cobije del frío que se aferra a mí piel mientras aguardo los siete interminables minutos que tardará en llegar el bus de la línea 5.

Pero el tiempo parece haberse detenido en aquel instante, entumecido aún por la helada que se desliza por entre las lunas de los escaparates que tiritan de frío.

Entonces mis ojos todavía somnolientos tratan de desperezarse dibujando con la mirada las imágenes que decoran el cartelón publicitario de la parada del bus: un mundo al borde del abismo sobre el que se cierne un terrible mal, la silueta de una ciudad en ruinas devorada por las llamas, desolación, angustia, muerte… Solamente el intrépido valor de un héroe logrará salvar a la humanidad del espantoso tormento que está a punto de sufrir.

De pronto una conversación diáfana me rescata de los brazos ficticios de Hollywood para devolverme a la realidad que habito.

-Perdone ¿es ésta la parada de la línea 7?
-Sí, precisamente está llegando el autobús ahora mismo, por suerte para ti con unos minutos de retraso -dice sonriendo un hombre-. ¿Necesitas que te ayude?
-Se lo agradecería la verdad, entre las muletas y la mochila cargada de libros parezco un sherpa minusválido a los pies del Everest. Es usted muy amable.
-¿Amable? ¿Por ayudarte? No hijo, sólo hago lo que debo.

Y entonces descubro mi propio reflejo sonriendo frente a mí sobre la estampa de un mundo apocalíptico y comprendo sin querer que estoy realmente rodeado de superhombres de carne y hueso y no de acero: un joven que aún a riesgo de perder una mano por congelación juguetea con su móvil para robarle a su chica una sonrisa deseándole buenos días; a su lado una mujer se devana los sesos mientras escudriña en su cabeza cómo llenar su nevera vacía con las pocas monedas que cautelosamente guarda en su monedero y alimentar a sus hijos con grandes sueños en lugar de míseras pesadillas; entre bostezos que ansían descanso un hombre cargado de papeles y con una ciudad por recorrer bajo sus pies cede amigablemente su asiento a una pareja de ancianos para que puedan sobrellevar mejor el peso de los años apoyándose el uno en el otro; con cincuenta años cumplidos dos hombres, ajenos al paso del tiempo, minimizan sus oscuras expectativas laborales mientras se preocupan por las pobres personas a las que de un plumazo un tifón, en los confines del globo, se lo ha arrebatado todo; al otro lado de la calle dos amigos comparten la dichosa carga de un viejo sofá imaginándose en él, compartiendo una cerveza y construyendo un mundo vacío de desigualdades e injusticias.

De pronto el autobús de la línea 5 se detiene delante de mí, abre sus puertas, y devolviéndole la sonrisa al conductor, subo y busco un asiento vacío, feliz de saber que aún quedan superhéroes dispuestos a pelear por cambiar la pequeña parte del mundo en el que vivimos.

31,5" millones

Doce. Once. Diez. Nueve… Y a partir de ese momento, desvaneciéndose levemente en el olvido, el insípido sabor del tiempo consumido flotando en la nada, y mi alma mientras tanto detenida en una milésima de segundo rasgada del reloj pendiendo de un hilo… Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno.

Por delante 365 días con sus noches y sus lunas, 8.760 horas atestas de poco más de medio millón de profundos minutos e insignificantes segundos resbalando uno tras otro sobre la pulcra esfera del reloj, mientras la vida en su eterno deambular irá llenando gota a gota nuestras copas de alegrías y de penas, de cantos y de condenas, ofreciéndonos minúsculos sorbos de sí misma para brindar con ella a su salud.

Y así desenvolviendo con esmero utópicas ilusiones y anhelados deseos invertimos aquellas kalendas pactando con la tristeza amarga una tregua condicionada a la crisis. Y contagiándonos solidariamente de alegría fuimos sembrando sueños al compás de cada baile aunque curiosamente aquella noche no dejamos de bailar. Y embriagados con las burbujas del champan nos dio por llenar los brindis de nuestras copas vacías con sonrisas a escondidas mientras trapicheamos disimuladamente en los baños con las delicias de los besos a estrenar. Y dibujamos abrazos infinitos en el aire para espantar nuestros miedos y marginar los funestos pensamientos que amedrentaban el alma anteayer. Y tiritando grabamos nuestros nombres sobre las lunas escarchadas de los coches y dejamos nuestras huellas tatuadas en la pálida nieve que cubría las aceras. Y mientras el reflejo de tus ojos resbalaba por los míos la noche se fue consumiendo lentamente hasta que los rayos del sol me despertaron al cobijo de tu pecho deshaciéndome en tus brazos. Y nos prometimos estrellas mientras mirábamos el cielo y me ofreciste tus noches vacías para guardar en ellas mis sueños. 

Entonces comprendí las condiciones que me ataban al pacto recién firmado con la vida, a nuestro acuerdo con la tristeza soledad: «todos y cada uno de los días deberás devolverme como parte del trato una sonrisa, una palabra entrañable, un dulce beso, una tierna mirada, un apacible silencio, un cálido gesto, una estremecedora caricia». 

Y así fue como, sin saberlo, se nos fueron escurriendo de entre las manos los primeros minutos de este feliz y prospero año nuevo.

Colgado al sol

Colgado: (part. del vb. colgar)

1. adj. Contingente, incierto.
2. adj. Anhelosamente pendiente o dependiente en grado sumo. Estar, quedarse colgado.
3. adj. coloq. Dicho de una persona: frustrada en sus esperanzas o deseos. Dejar, quedar colgado.
4. adj. coloq. Que se encuentra bajo los efectos de una droga.  

Al

1. contracc. A el.  

Sol: (Del lat. sol, solis)

1. m. Estrella luminosa, centro de nuestro sistema planetario.
2. m. Luz, calor o influjo de este astro. Sentarse al sol. Tomar el sol.
3. m. Tiempo que el Sol emplea en dar una vuelta alrededor de la Tierra.
4. m. Alq. oro (metal).

Retales de recuerdos

Y ahora, bajo la tenue niebla que antecedente al otoño siento como se agolpan en mi memoria las estrellas fugaces que escapaban de nuestras manos, las noches en vela coleccionando sueños, las trampas para cazar musas, los atardeceres coloreados o el aroma de tus besos. Recuerdo como cuidadosamente recogimos cada uno de los segundos caducos del reloj tratando de detener el tiempo, y como guardamos a hurtadillas los secretos que nos confesó en silencio la luna llena. Y entonces los sueños dejaron de ser quimeras y las noches de ser amargas y las lágrimas de ser tristeza.

Cuando no pueda

Cuando no pueda besarte buscaré cobijo en tus brazos. Cuando ya no pueda abrazarte te rozaré disimuladamente. Cuando no pueda si quiera rozarte me conformaré con bañarme en tu mirada. Cuando te tenga tan lejos que mis ojos no alcancen a verte soñaré contigo. Y cuando no pueda soñar contigo, ni ilusionarme con tu recuerdo, me abandonaré al frío que sobreviene al invierno.