... relatos pseudopoéticos escritos desde lo más profundo de mi ser

Relatos que otros poetas soñaron

Kino, Hombres sin mujeres, Haruki Murakami

Visualizó la silueta del sauce, con el profuso verdor de sus ramas que colgaban casi a ras de suelo. En verano proyectaba su fresca sombra en el modesto jardín. En los días lluviosos, un sinfín de gotas plateadas brillaba en el tierno ramaje. En los días sin viento, se sumergía profundo y callado en sus pensamientos y, en los días con viento, sacudía indeciso su corazón de un lado a otro. Los pajarillos acudían, se posaban con ligereza sobre las ramas ligeramente encorvadas, entablaban charlas con sus trinos agudos y estridentes y al poco se alejaban volando. Cuando las aves alzaban el vuelo, las ramas permanecían un rato meciéndose gozosamente.

Hecho un ovillo en el futón, como un insecto, y con los párpados apretados no hacía más que pensar en el sauce. Evocaba con todo detalle, uno tras otro, su color, su forma, sus movimientos. Y deseó que amaneciese. No quedaba más remedio que aguantar y esperar a que alrededor todo fuese clareando poco a poco y se reanudara la actividad diurna con el despertar de los cuervos y los pajarillos. No podía más que confiar en las aves del mundo. En todos los pájaros alados y provistos de pico. Hasta entonces, no debía dejar su corazón vacío ni un solo instante. Porque la laguna, el vacío que en él surgía, los atraía hacia sí. Dado que con el sauce sólo no bastaba, pensó en la delgada gata gris y recordó cuánto le gustaba el alga nori tostada. Se acordó de Kamita, cuando leía absorto en la barra, de los jóvenes corredores de medio fondo que se entrenaban con rigurosas series de repeticiones en las pistas de atletismo, del hermoso solo de Ben Webster en My Romance (en medio sonaban dos scratches. Ras. Ras). Recordar le será de ayuda. 

... Sin embargo, el tiempo parecía incapaz de avanzar con rectitud. El sangriento lastre del deseo, un ancla oxidada en el fondo marino, intentaba impedir su discurrir natural. Allí el tiempo no era una flecha que volara en línea recta. Seguía lloviendo, las manecillas del reloj se desconcertaban a menudo, los pájaros todavía estaban sumidos en un profundo sueño, un cartero sin rostro clasificaba postales en silencio, los bellos pechos de una mujer se balanceaban con ímpetu en el aire, alguien no dejaba de golpear insistentemente en la ventana. Con absoluta regularidad, como intentando atraerlo hacia un laberinto de profundas alusiones. Toc, toc, toc, toc. Y otra vez, toc, toc. «No apartes la vista, mírame de frente», le susurraba alguien al oído. «Porque ésta es la apariencia de tu corazón.» 

Las ramas del sauce se mecían suavemente con el viento de principios de verano. En una oscura salita situada en lo más hondo de Kino, una mano cálida se alargaba hacia la suya y se posaba en ella. Con los ojos fuertemente cerrados, Kino sintió el calor de su piel, su tierno grosor. Era algo que había olvidado hacía mucho tiempo. Algo de lo que había estado separado largo tiempo. «Sí, tengo una herida, y muy profunda», dijo en voz alta. Y las lágrimas brotaron. En aquella silenciosa y oscura habitación. 

Entretanto, la fría lluvia seguía empapando el mundo

Rayuela, Capítulo 7, Julio Cortázar 

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. 

Rayuela, Julio Cortázar 

Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, no me mires con esos ojos de pájaro, para vos la operación de amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me quieres como yo no te quiero. 


Momo, El Cuento del Espejo Mágico, M. Ende 

- ¿Me cuentas un cuento? -pidió Momo. 
- Está bien -dijo Gigi- ¿De quién? 
-De Momo y Girolamo, si puede ser -contestó Momo. 
Gigi reflexionó un momento y preguntó: -¿Y cómo ha de llamarse? 
-Quizá... ¿el cuento del espejo mágico? 
Gigi asintió, pensativo: -Eso suena bien. Veamos qué pasa. Puso un brazo alrededor de los hombros de Momo y comenzó: 

«Érase una vez una hermosa princesa llamada Momo, que vestía de seda y terciopelo y vivía muy por encima del mundo, sobre la cima de una montaña, cubierta de nieve, en un castillo de cristal. Tenía todo lo que se puede desear, no comía más que los manjares más finos y no bebía más que el vino más dulce. Dormía sobre almohadas de seda y se sentaba en sillas de marfil. Lo tenía todo, pero estaba completamente sola. 

Todo lo que la rodeaba, la servidumbre, las camareras, gatos, perros y pájaros e incluso las flores, todo, no eran más que reflejos de un espejo. Porque resulta que la princesa Momo tenía un espejo mágico grande, redondo y de la más pura plata. Lo enviaba cada día y cada noche por todo el mundo. Y el gran espejo flotaba sobre países y mares, sobre ciudades y campos. La gente que lo veía no se sorprendía, sino que decía: "Es la luna" Y cada vez que el espejo volvía, ponía delante de la princesa todos los reflejos que había recogido durante su viaje. Los había bonitos y feos, interesantes y aburridos, según como salía. La princesa escogía los que le gustaban, mientras que los otros los tiraba simplemente a un arroyo. Y los reflejos liberados volvían a sus dueños, a través del agua, mucho más de prisa de lo que te imaginas. A eso se debe que veas tu propia imagen reflejada cuando te inclinas sobre un pozo o un charco de agua. 

A todo esto he olvidado decir que la princesa Momo era inmortal. Porque nunca se había mirado a sí misma en el espejo mágico. Porque quien veía en él su propia imagen, se volvía, por ello, mortal. Eso lo sabía muy bien la princesa Momo, y por lo tanto no lo hacía. De ese modo vivía con todas sus imágenes, jugaba con ellas y estaba bastante contenta. 

Pero un día, el espejo mágico le trajo una imagen que le interesó más que todas las otras. Era la imagen de un joven príncipe. Cuando lo hubo visto le entró tal nostalgia, que quería llegar hasta él como fuera. Pero, ¿cómo? No sabía dónde vivía, ni quién era, no sabía ni siquiera cómo se llamaba. 

Como no encontraba otra solución, decidió mirarse por fin en el espejo. Porque pensaba: a lo mejor el espejo llevará mi imagen hasta el príncipe. Puede que mire casualmente hacia el cielo, cuando pase el espejo, y verá mi imagen. Acaso siga el camino del espejo y me encuentre aquí. Así que se miró largamente en el espejo y lo envió por el mundo con su reflejo. Pero así, claro está, se había vuelto mortal. 

En seguida oirás cómo sigue esta historia, pero primero he de hablarte del príncipe. Este príncipe se llamaba Girolamo y vivía en un reino fabuloso. Todos los que vivían en él amaban y admiraban al príncipe. Un buen día, los ministros dijeron al príncipe: 

"Majestad, debéis casaros, porque así es como debe ser." 

El príncipe Girolamo no tenía nada que oponer, de modo que llegaron al palacio las más bellas señoritas del país, para que pudiera elegir a una. Todas se habían puesto lo más guapas posible, porque todas querían casarse con él. Pero entre las muchachas también se había colado en el palacio un hada mala, que no tenía en las venas sangre roja y cálida, sino sangre verde y fría. Claro que eso no se le notaba, porque se había maquillado con mucho cuidado. 

Cuando el príncipe entró en el gran salón dorado del trono, para hacer su elección, ella pronunció rápidamente un conjuro, de modo que Girolarno no vio a nadie más que a ella. Y además le pareció tan hermosa, que al momento le preguntó si quería ser su esposa. 

-Con mucho gusto -dijo el hada mala-, pero pongo una condición. 
-La cumpliré -respondió Girolamo, irreflexivo. 
-Está bien -contestó el hada mala, y sonrió con tanta dulzura, que el desgraciado príncipe casi se marea-, durante un año no podrás mirar el flotante espejo de plata. Si lo haces, olvidarás al instante todo lo que es tuyo. Olvidarás lo que eres en realidad y tendrás que ir al país de Hoy, donde nadie te conoce, y allí vivirás como un pobre diablo. ¿Estás de acuerdo? 
-Si no es más que eso -exclamó el príncipe Girolamo-, la condición es fácil. 

¿Qué ha ocurrido mientras tanto con la princesa Momo? Había esperado y esperado, pero el príncipe no había venido. Entonces decidió salir a buscarle ella misma. Devolvió la libertad a todas las imágenes que tenía a su alrededor. Entonces bajó, totalmente sola y en sus suaves zapatillas, desde su palacio de cristal, a través de las montañas nevadas, hacia el mundo. Recorrió todos los países, hasta que llegó al país de Hoy. A estas alturas sus zapatillas estaban gastadas y tenía que ir descalza. Pero el espejo mágico con su imagen seguía flotando por el cielo. 

Una noche, el príncipe Girolamo estaba sentado en el tejado de su palacio dorado y jugaba a las damas con el hada de la sangre verde y fría. De repente cayó una gota diminuta sobre la mano del príncipe. 

-Empieza a llover -dijo el hada de la sangre verde. 
-No -contestó el príncipe-, no puede ser porque no hay ni una sola nube en el cielo. Y miró hacia lo alto, directamente al gran espejo mágico, plateado, que flotaba allí arriba. Entonces vio la imagen de la princesa Momo y observó que lloraba y que una de sus lágrimas le había caído sobre la mano. En el mismo momento se dio cuenta de que el hada le había engañado, que no era hermosa y que en sus venas sólo tenía sangre verde y fría. Era a la princesa Momo a la que amaba en verdad. 

-Acabas de romper tu promesa -dijo el hada verde, y su cara se crispó hasta parecer la de una serpiente- y ahora has de pagarlo. 
Introdujo sus largos dedos verdes en el pecho de Girolamo, que se quedó sentado como paralizado, y le hizo un nudo en el corazón. En ese mismo instante olvidó que era el príncipe Girolamo. Salió de su palacio y de su reino como un ladrón furtivo. Caminó por todo el mundo, hasta que llegó al país de Hoy, donde vivió en adelante como un pobre inútil desconocido y se llamaba simplemente Gigi. 

Lo único que había llevado consigo era la imagen del espejo mágico que desde entonces quedó vacío. 

Mientras tanto, los vestidos de seda y terciopelo de la princesa Momo se habían gastado. Ahora llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado grande, y una falda de remiendos de todos los colores. Y vivía en unas ruinas. Aquí se encuentran un buen día. Pero la princesa Momo no reconoce al príncipe Girolamo, porque ahora es un pobre diablo. Tampoco Gigi reconoció a la princesa, porque ya no tenía ningún aspecto de princesa. Pero en la desgracia común, los dos se hicieron amigos y se consolaban mutuamente. 

Una noche, cuando volvía a flotar en el cielo el espejo mágico, que ahora estaba vacío, Gigi sacó del bolsillo la imagen y se la enseñó a Momo. Estaba ya muy arrugada y desvaída, pero aún así, la princesa se dio cuenta en seguida que se trataba de su propia imagen. Y entonces también reconoció, bajo la máscara de pobre diablo, al príncipe Girolamo, al que siempre había buscado y por quien se había vuelto mortal. Y se lo contó todo. 

Pero Gigi movió triste la cabeza y dijo: -No puedo entender nada de lo que dices, porque tengo un nudo en el corazón y no puedo acordarme de nada. Entonces, la princesa Momo metió la mano en su pecho y desató, con toda facilidad, el nudo que tenía en el corazón. Y, de repente, el príncipe Girolamo volvió a saber quién era. Tomó a la princesa de la mano y se fue con ella muy lejos, a su país.» 


Ensayo sobre la ceguera, José Saramago 

Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven. 

Ni una pálida luz en las ventanas, ni un reflejo desmayado en las fachadas, lo que estaba ante ella no era una ciudad, era una extensa masa de alquitrán que al enfriarse se había moldeado a sí misma en forma de casas, tejados chimeneas, todo muerto, todo apagado. Apareció en la terraza el perro de las lágrimas, inquieto, pero ahora no había llanto que enjugar, la desesperación era toda por dentro, los ojos estaban secos. 

La mujer del médico sintió frío, se acordó de los otros, allí en medio de la sala, desnudos, esperando no sabrían qué. Entró. Se habían convertido en simples siluetas sin sexo, manchas imprecisas, sombras perdiéndose en la sombra -pero para ellos no- pensó -ellos se diluyen en la luz que los rodea, es la luz lo que no les deja ver-. 

Qué bonito sería ver los árboles del bosque huyendo del incendio. 

Ha amanecido el día, el primer sol todavía acecha por encima del hombro del mundo antes de esconderse otra vez tras las nubes. Sigue lloviendo pero con menos fuerza. Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales. Tres gracias desnudas bajo la lluvia que cae. La virtud, habrá aún quien lo ignore, siempre encuentra escollos en el durísimo camino de la perfección, pero el pecado y el vicio se ven tan favorecidos por la fortuna que todo fue llegar y se abrieron ante ella las puertas del ascensor. 


 Los renglones torcidos de Dios, Arte, Torcuato Luca de Tena 

-¿Qué piensa usted de las artes? 
-El arte es la ciencia de lo inútil. 

El médico frunció la frente sorprendido. Aquella respuesta no cuadraba con la personalidad que había creído adivinar en su paciente. 

-¿Quisiera decir que desprecia usted las artes; que las considera algo trivial, y a quienes las practican gentes desocupadas que no tienen otra cosa mejor que hacer? 
-¡Nada de eso doctor! ¡Considero que el arte es tanto más sublime cuanto mayor es su inutilidad! -Explíquese mejor. 
-El hombre es el único animal que se crea necesidades que nada tienen que ver con la subsistencia del individuo y con la reproducción de la especie. No le basta comer para alimentarse, sino que condimenta los alimentos, de modo que añadan placer a la satisfacción de su necesidad. No le basta vestirse para abrigase, sino que añade, a esta función elemental, la exigencia de confeccionar su ropa con determinadas formas y colores. No se contenta con cobijarse, sino que construye edificios con líneas armoniosas y caprichosas que exceden de su necesidad: lo cual no ocurre con la guarida del zorro, la madriguera del conejo o el nido de la cigüeña. ¿Hay algo más inútil que la corbata que lleva usted puesta? ¿De qué sirve al estómago la salsa Cumberland o un Chateaubriand a la Périgord? ¿Qué añade al cobijo del hombre el friso de una escayola o las orlas en forma de signos de interrogación de los hierros que sostienen el pasamanos de una escalera? Pues bien: todo eso que está inútilmente “añadido a la pura necesidad”... ¡ya es arte! 
La gastronomía, la hoy llamada alta costura y la decoración son las primeras artes creadas por nuestra especie, porque representan los excesos inútiles añadidos a las necesidades primarias de comer, abrigarse y guarecerse. 

-Dígame, señora de Almenara, ¿dónde ha leído ese ensayo sobre la inutilidad? ¡Me gustaría conocerlo! 
-¡No necesito leer a los demás para formarme una opinión doctor! 
-Prosiga, señora: me tiene usted absolutamente fascinado. 
-Pues bien -continuó Alicia-. En el momento mismo en que el espíritu creador del hombre se despegó incluso de la necesidad primaria para producir sus lucubraciones, nacieron las grandes Artes: la Poesía, la Danza, la Música y la Pintura. 
-Olvida la Arquitectura. 
-Considero que la Arquitectura, como a la Gastronomía, un añadido inútil a una necesidad “primaria”. La Danza, en cierto modo, también tiene este lastre, pero se aleja más de la necesidad. Es... ¿cómo explicarme?, una...una...¡una mímica sublimada! ¡Eso es lo que quería decir! Tal vez la Danza sea anterior al lenguaje y tuviera en sus orígenes una intencionalidad práctica: con carga erótica, reverencial o religiosa. ¡Yo no estaba allí, y no sé qué “intencionalidad” tenía! Pero no hay duda que encerraba un “propósito”, encaminado a la consecución de un fin. No sé si me explico, pero la intencionalidad es algo muy superior a la “necesidad primaria”. Está ya directamente relacionada con el juicio y la voluntad. “Quiero esto y voy a demostrarlo con gestos y ademanes rítmicos”. ¡Y la Humanidad se puso a danzar! ¡De ahí a la Paulova o a Nureyev no había más que un paso! 
La Pintura pertenece a un género superior. ¡Es más inútil todavía! Tiene un lejanísimo parentesco con la escritura ideográfica, mas una vez añadida su carga de inutilidad, la distancia entre lo necesario y lo que no sirve para nada, se hace tan grande que la considero entre las primeras Artes Mayores. ¿No opina lo mismo, doctor? 

-Mi querida amiga, no es mi opinión lo que interesa, sino la suya. 
-¿Y no le interesa que a mí me interese conocer su opinión, doctor? ¡Sería muy poco galante de su parte dejarme hablar y hablar sin intervenir! 
-Eso es precisamente lo que deseo, señora. Y empiezo a pensar que se me ha acabado la inspiración. ¿Cómo juzga usted a la Poesía? 
-Paralela en méritos a la Pintura, aunque un tanto más inútil todavía. ¿Que quiere decir, o para qué sirve decir: Mi corazón, como una sierpe se ha desprendido de su piel, y aquí la miro entre mis dedos llena de heridas y de miel. ? ¡Oh, doctor! Ni el corazón tiene una piel como la de la serpientes que se la cambian cada temporada como las modas de las mujeres, ni los ofidios ni el corazón acostumbran a impregnarse del zumo de las abejas; ni hay hombre que pueda contemplar víscera tan delicada entre las manos: pues si estuviera vivo moriría en el intento; y si muerto, no podría contemplarla. ¡Y sin embargo este poemilla de García Lorca es arte puro! 
Queda, por último la Música. ¿Qué mayor inutilidad que unir unos ruidos con otros ruidos que no expresan directamente nada y que pueden ser interpretados de mil distintas maneras según el estado de ánimo de quién los escuche? ¿A quién alimenta eso? ¿A quién abriga? ¿A quién cobija? ¡A nadie! La Música es la más inútil, biológicamente hablando, de todas las Artes y, por ello, por su pavorosa y total inutilidad, es la más grande de todas ellas; la menos irracional, la más intelectual, la más espiritual, la más humana, en tanto que eso signifique superación de los seres inferiores. Porque lo cierto es que hay quien entiende, ¡equivocadamente, claro está! Por “humano...”. Alicia se detuvo y se sonrojó. 

-¡Ah, doctor, estoy hablando como un ser pedante e insufrible! Discúlpeme. No quiero hablar más. 
-La he llamado precisamente para que conversemos -insistió el doctor-. 
-Estoy tan avergonzada de mi charlatanería... que ahora desearía ser “mutista”, como mi compañero de mesa en el desayuno. 
-¿Un tal Rosendo López? -preguntó el doctor. 
-No. Mi vecino de mesa se llama Bocanegra, o algo parecido, y me ha escrito una nota diciendo que “no habla porque no le da la gana”. 
-Ese sí que es un verdadero enfermo -comentó el doctor- ¡Un verdadero enfermo! Y al punto se arrepintió de haberlo dicho, porque indirectamente había insinuado que ella no lo era. Y afirmar eso sería tanto como engañarla. 
-Me estaba usted diciendo qué es lo que se entiende y lo que no debe entenderse por “humano!. 
-La gente equivoca este término y entiende por “debilidades humanas” lo que en realidad son “debilidades animales” lo que en realidad son “debilidades animales”. Lo humano, por el contrario, es lo que supera a lo animal: lo que está por encima de lo que hay en nosotros de fieras. 


Filosofía, José Ortega y Gasset 

El hombre vive habitualmente sumergido en su vida, náufrago en ella, arrastrado instante tras instante por el torrente turbulento de su destino, es decir, que vive en estado de sonambulismo sólo interrumpido por momentáneos relámpagos de lucidez en que descubre confusamente la extraña faz que tiene ese hecho de su vivir, como el rayo con su fulguración instantánea nos hace entrever, en un abrir y cerrar de ojos, los senos profundos de la nube negra que lo engendró. Tenía razón Calderón en un sentido aún más concreto y trivial de lo que él supuso: por lo pronto, la vida es sueño, porque es sueño toda realidad que no se captura a sí misma, que no toma plena posesión de sí misma, que se queda dentro de sí y no logra, a la vez, evadirse de sí misma y estar sobre sí. El único intento que el hombre puede hacer para despertar, para acordar y vivir con entera lucidez consiste precisamente en filosofar. De suerte que nuestra vida es, sin remedio, una de estas dos cosas: o sonambulismo o filosofía. Yo lo advierto lealmente antes de empezar: la filosofía no es sueño ―la filosofía es insomnio― es un infinito alerta, una voluntad de perpetuo mediodía y una exasperada vocación a la vigilia y a la lucidez. 


Historia de dos ciudades, Charles Dickens 

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. 


El entierro prematuro, Edgar Allan Poe 

Hay momentos en que, aún para el sereno ojo de la razón, el mundo de nuestra triste humanidad puede asumir la apariencia del infierno, pero la imaginación del hombre no es Caritis para explorar con impunidad todas sus cavernas. ¡Ay! La torva legión de los terrores sepulcrales no puede considerarse como completamente imaginaria, pero igual que los demonios en cuya compañía Afrasiab hizo su viaje por el Oxus, deben dormir o nos devorarán… debemos permitirles dormir, o pereceremos. 


Teatro, Federico García Lorca 

 Tengo un concepto del teatro en cierta forma personal y resistente. El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se le vean los huesos, la sangre. Han de ser tan humanos, tan horrorosamente trágicos y ligados a la vida con una fuerza tal, que muestren sus traiciones, que se aprecien sus olores y que salga a los labios toda la valentía de sus palabras llenas de amor o de ascos. 


El principito, Antonie de Saint-Exupéry 

Las gentes tiene estrellas que no son las mismas. Para unos, los que viajan, las estrellas son las guías. Para otros, no son más que lucecitas. Para otros, que son sabios, son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas no hablan. Tú tendrás estrellas como nadie las ha tenido... Cuando mires al cielo, por la noche, como yo habitaré en una de ellas, como yo reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír! 


La mudanza (Historias de Gabriel Medrano), Julio Cortázar 

 El universo -piensa Raimundo Velloz- ¡qué tontería! La unidad patraña del metafísico. No hay universo, hay millones y millones uno dentro de otro y dentro de cada uno otro y dentro de cada otro cinco, diez, catorce universos variados y distintos. Le gustan las series concéntricas de pensamientos, columnillas de conceptos en connotación creciente y decreciente. Se parte del grano de café, la cafetera que lo contiene, la cocina que contiene la cafetera, la casa que contiene la cocina, la manzana que contiene... Y se puede seguir por las dos puntas de la imagen, por el grano de café que involucra mil universos, y el universo del hombre que es un universo dentro de quién sabe cuántos universos, que tal vez -y se acuerda de haberlo leído- es solamente un pedacito de suela del zapato de un niño cósmico que juega en el jardín (cuyas flores serán naturalmente las estrellas). El jardín forma parte de un país que forma parte de un universo que es un pedacito de diente de ratón apresado en una ratonera puesta sobre la mesa del desván en una casa de arrabal. El arrabal forma parte... Un pedacito de cualquier cosa pero siempre un pedacito, y la magnitud es una ilusión que casi da lástima. 


La foto salió movida (Historias de cronopios y famas), Julio Cortázar 

Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fósforos, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del teléfono llena de música, y el ropero lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos de sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que este cronopio se aflige horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo esta algo ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se confirman y estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para que. Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té, que mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza de té sea un hormiguero o un libro de Samuel Smiles. 


Las confesiones de un pequeño filósofo, Azorín 

Ya os he hablado de las ventanas; ahora quiero que sepáis la emoción que en mí suscitan las puertas. Yo amo las cosas: esta inquietud por la esencia de las cosas que nos rodean ha dominado toda mi vida. ¿Tienen alma las cosas? ¿Tienen alma los viejos muebles, los muros, los jardines, las ventanas, las puertas? Hoy mismo, sentado ante la mesa, con la pluma en la mano, he advertido que entraba en la pequeña biblioteca, almacén del conocimiento y del saber, el mayoral de la labranza y me decía: - Esta noche las puertas han hablado mucho… 

Yo oigo estas palabras y pienso que, en efecto, esta noche pasada las puertas han trabajado reciamente. ¿Tienen alma las puertas? Un viento formidable hacía estremecer la casa; todas las puertas de las grandes salas vacías, las de las cámaras, las de los graneros, las de los corredores, las de los pequeños cuartos perdurablemente oscuros, todas, todas las puertas han lanzado sus voces en el misterio de la noche. Una puerta no es igual a otra nunca: fijaos bien. Cada una tiene su propia vida. Hablan con sus chirridos suaves o broncos; tienen sus cóleras que estallan en recios golpes; gimen y se expresan, en las largas noches de invierno, en las casas grandes y viejas, con sacudidas y pequeñas detonaciones, cuyo sentido no comprendemos. 

 ¿No os dice nada una de esas puertas llamadas surtidores que dan paso de una alcoba ancha y sombría a un corredor sin muebles, con las paredes blancas? ¿Y esta otra dividida en pequeños cuarterones que da paso a una vieja cámara campesina, con una pequeña ventana alambrada? ¿Y esta otra con las maderas curvadas, hinchadas por la humedad, carcomidas, que cierra un fuertecillo abandonado, con parrales sombríos y hierbajos que crecen en las junturas de las losas, con un viejo árbol por cuyo seno verde tuerce el paso una hiedra, como en los versos de Garcilaso? 

No hay dos puertas iguales: respetadlas todos. Yo siento una profunda veneración por ellas; porque sabed que hay un instante en nuestra vida, un instante único, supremo, en que detrás de una puerta que vamos a abrir está nuestra felicidad o nuestro infortunio. 


Teatro II, Introducción "Pelo de tormenta" 

Es importante que te sientas protagonista de la función. Debes ser consciente que hay una serie de actores y técnicos que están trabajando para ti. Cada día, el actor se va a subir al escenario para contarte una historia, transmitirte una emoción o provocarte una reacción determinada. En el cine, diferentes personas pueden ver a un actor el mismo día, en el mismo instante, en diferentes partes del mundo. En el teatro se produce una relación más directa; el actor trabaja exclusivamente para los espectadores que en ese momento habéis acudido a la representación. El cine puede proyectarse sin la asistencia de público; el telón del teatro no puede levantarse si el patio de butacas está vacío (¿qué sería de una representación sin público? ¿cambiaría el trabajo del actor si observa que está actuando para nadie?). Por ello, debes ser consciente de la relación directa que se establece entre el espectador y el actor, entre tú y el actor. Sin tu asistencia, el hecho teatral no tendría sentido. 

Vas a disfrutar una pequeña aventura que se produce en escasos metros cuadrados. Sin embargo, todos los elementos escénicos van a convertirse en elementos simbólocos; un panel de madera puede ser la pared de una casa lujosa del siglo pasado, un actor al que solemos ver en series de televisión se transforma en un héroe romántico, la luz de un foco resulta ser los rayos del sol y pequeños trozos de confetti blanco se convierten en abundante nieve. Abandónate a las diferentes sensaciones que vas a recibir; ten la sensación de acudir a un suceso de magia.