... relatos pseudopoéticos escritos desde lo más profundo de mi ser

Montmartre

Sólo los bocetos desordenados que brotaron de sus entrañas y el apacible caos de sus viejos pinceles sobrevivieron a Caronte. Bajo las invisibles arrugas de la imaginación las últimas pinceladas del lienzo consumieron su aliento soñando con ser el viento que pasa o la insignificante mota de polvo que ajena al mundo cuelga del techo. Pero el tiempo, insensible y cruel, no concede favores a quien anhela escapar de su lecho y con su manto fue cubriendo lentamente de gris otoñal el primaveral cielo. Y entonces sus noches se hicieron eternas y tenues su recuerdos.

Au revoir

Amanece en Paris. Entre bostezos y croissants un tren nos aleja sin prisa de la ciudad del Sena mientras con cierta nostalgia nos despedimos a través del cristal de su encanto y de nuestros sueños que atrapados quedan entre las sábanas del hotel del alma. A duras penas el sol se va imponiendo entre las nubes de otoño, despejando los augurios del hombre del tiempo que vaticinaba anoche lluvia intermitente y frío invernal. Sobre los tejados suspendida en el grisáceo cielo una solitaria cigüeña, buscando quizá la calidez de otras tierras, parece guiarnos con su vuelo hacia el sur. El revisor ajeno a nuestros delirios nos sonríe, sella sin prisa nuestro billete y desaparece tras el reflejo de la Torre Eiffel que, a pesar de que ya nos ha olvidado, aguardará aún sin saberlo nuestro retorno.

Perdido en la memoria

Recuerdo que había noches en las que el sonido de la lluvia golpeando contra el cristal de mi ventana se fundía con las notas del violín que escapaban de entre sus dedos. Entonces los miedos que acechaban mis sueños desaparecían por completo bajo el peso de las mantas y una cálida sensación acariciaba mi piel colándose por cada uno de los poros de mi cuerpo inundando mi alma de paz y ahuyentando de mi habitación los fantasmas de la oscuridad. Y así, mientras los acordes flotando se desvanecían en el silencio, Morfeo me acogía en su regazo y me protegía hasta la llegada del alba en su cómodo reino.

Perdido en la memoria

Recuerdo que había noches en las que el sonido de la lluvia golpeando contra el cristal de mi ventana se fundía con las notas del violín que escapaban de entre sus dedos. Entonces los miedos que acechaban mis sueños desaparecían por completo bajo el peso de las mantas y una cálida sensación acariciaba mi piel colándose por cada uno de los poros de mi cuerpo inundando mi alma de paz y ahuyentando de mi habitación los fantasmas de la oscuridad. Y así, mientras los acordes flotando se desvanecían en el silencio, Morfeo me acogía en su regazo y me protegía hasta la llegada del alba en su cómodo reino.