... relatos pseudopoéticos escritos desde lo más profundo de mi ser

Amplios relatos detalladamente relatados



Cuando nada vale nada (Trágico relato breve en siete actos)

0. El narrador

En una ciudad como otra cualquiera, en medio de una noche como las demás, el sonido seco de un disparo rompe la quietud y el silencio por tercera vez, y un hombre, el tercero, cae indefenso al suelo herido de muerte.


1. El retorno a la vida pasada

Cuando me di cuenta la claridad del día había desaparecido y disimuladamente la noche había caído ante mí cubriendo el parque de oscuridad y silencio, e iluminando el cielo con el brillo de miles de estrellas.

Lentamente apuré el cigarro sintiendo como el humo descendía por la garganta y llenaba mis pulmones mientras observaba frente a mí el resplandor de las luces que alumbraban la ciudad. La tranquilidad lo inundaba todo. Llevaba años sin sentir aquella brisa tan familiar sobre mi cara, sin pasear por aquellas calles, de manera que antes de volver a mi apartamento decidí recuperar los recuerdos que olvidé hace tiempo.

Caminé sin ninguna prisa tratando de encontrar las huellas que fui dejando en mi otra vida, cuando tan sólo era un niño, pero en lugar de eso descubrí que los campos donde jugaba se habían convertido en grandes avenidas flanqueadas por hileras interminables de coches, que los árboles en los que buscaba cobijo los días de calor y en los que había grabado mi nombre habían sido reemplazados por señales azules y rojas que vigilaban el tráfico y que los pequeños edificios habían crecido tratando de alcanzar la luna. A pesar de que la ciudad parecía dormida las farolas y los semáforos seguían parpadeando a un lado y a otro de cualquiera de las calles por las que me fui perdiendo. Todo aquello me resultaba extraño, aunque sin ninguna duda el
extraño era yo. Todo había cambiado durante mi ausencia.

Sin saber muy bien por qué me detuve ante uno de los resplandecientes escaparates que cubrían la planta baja de cada uno de los enormes edificios de hormigón y entonces pude ver reflejada en él mi imagen. Fue en aquel momento cuando me di cuenta de que el tiempo no sólo había transformado a su antojo la ciudad sino que también me había cambiado a mí.

Las ojeras que subrayaban el contorno de mis ojos delataban el cansancio de mi alma, de la misma manera que también lo hacían el pelo descuidado que caía sobre mi frente y la tez arrugada y pálida de mi cara. Ya no era aquel adolescente vigoroso que corría y saltaba de un lado a otro tratando de alcanzar sus sueños o persiguiendo incansablemente sus ilusiones sino sólo un hombre vacío de vida. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuánto años de mi vida se habían consumido entre aquellas cuatro paredes?

Envuelto en una nube de humo traté de hacer memoria de todo el tiempo que había perdido, de cada minuto, de cada segundo que había pasado lejos de aquel lugar que en otro tiempo fue mi casa y me vio crecer, mientras que inconscientemente mis pasos me fueron guiando, calle tras calle, a lo largo de aquella desconocida ciudad.


2. La oveja convertida en lobo

La intensidad con la que todavía retumbaba en mi cabeza el eco de los disparos anteriores fue gradualmente desapareciendo a medida que avanzaba, lleno de ira, en busca de mi siguiente objetivo.

Cuatro eran las balas que aún aguardaban en el cargador de mi pistola, pues solamente dos habían sido disparadas y ambas con pleno acierto. El estruendo que provocó la primera hizo que mi cuerpo atormentado por ello se paralizara por completo durante unos segundos, pero aquella extraña sensación desapareció al ver como la víctima agonizaba en medio de su propia sangre. El rugido de la segunda bala escapando del cañón de la pistola apenas me hizo temblar y de nuevo volví a sentir un ligero cosquilleo en el estómago al ver como aquel individuo caía inerte sobre el sucio suelo.

En ambos casos una disimulada sonrisa de malicia afloró en mi rostro.

El tiempo que tan lentamente parecía consumirse aquella noche y el silencio, tan poco habitual, parecían ser los cómplices de mis lúgubres delirios. Apaciblemente fui recorriendo la ciudad pues instintivamente sabía que mi siguiente objetivo estaba cerca y tarde o temprano daría con él. Y entonces, sin darme cuenta, apareció ante mí.

Sigilosamente comencé a seguir el rastro de aquel solitario hombre, a cierta distancia para que no pudiera sentir mi aliento sobre su espalda. Parecía como si no se dirigiese a ningún lugar pues caminaba cabizbajo, envuelto sin duda en sus pensamientos y en el humo que se desprendía de los cigarrillos que uno tras otro iba consumiendo. Y poco a poco la ciudad semidesierta fue desapareciendo bajo nuestros pies.

La impaciencia y la ansiedad crecían a cada paso que daba siguiendo su sombra, pero ninguna calle, ningún rincón parecía el idóneo para abalanzarme sobre él por sorpresa, hasta que de pronto llegamos al lugar donde comenzó todo, a aquella callejuela oscura alejada del mundo.

Era el momento.

Tomé aire y me acerqué con cuidado hasta él, agarré con fuerza la pistola que guardaba bajo mi sudadera y le golpeé con todas mis fuerzas en la cabeza, derribándole sobre la acera.

Después sólo esperé a que despertara.

Cuando recuperó el sentido trató inútilmente de levantarse del suelo intentando comprender qué había sucedido, pero al encontrarme frente a él, apuntándole con un arma, su cuerpo se paralizó por completo y su rostro se lleno de terror. Mientras trataba de articular alguna palabra de compasión, suplicándome entre lágrimas que tomara todo el dinero de su cartera y le dejara marchar, se fue arrastrando por el suelo en busca de algún refugio hasta que su espalda chocó contra la húmeda pared de aquel callejón siniestro.
-¿Recuerdas este lugar?- le pregunté fríamente mientras avanzaba hacia él apuntándole con la pistola. -¿Ya has olvidado este maldito lugar?- volví a preguntarle esta vez gritando, mientras clavaba mis ojos en los suyos, sin parpadear, llenos de cólera. -Yo jamás podré olvidarlo- El hombre negó con la cabeza tratando de cobijarse en si mismo evitando el cañón de la pistola.

Y en ese preciso instante la oscuridad y el silencio se desvanecieron en la nada con la aparición de dos coches que haciendo sonar sus sirenas iluminaban con sus luces el callejón.

3. Los guardianes de las leyes (aunque sea a la fuerza)

Rápidamente el oficial colgó el teléfono y de inmediato dio la voz de alarma ordenando a varias patrullas que se dirigieran lo más rápido posible hacia el lugar indicado. Por fin habían conseguido localizar al presunto asesino que durante esa misma noche había acabado ya con la vida de otras dos personas.

Apenas unos segundos más tarde dos coches de la policía, iluminando las solitarias calles con los destellos azul y rojo de sus sirenas, cruzaban a toda velocidad la ciudad en dirección al punto señalado, irrumpiendo de inmediato en el callejón.

El chirrío de las ruedas derrapando sobre el asfalto atrajo la atención de aquellos dos hombres quienes instintivamente giraron la cabeza para ver de dónde procedía aquel estruendo.

En ese instante cuatro hombres perfectamente uniformados saltaron de los coches protegiéndose tras ellos a la vez que apuntaban con sus armas al supuesto homicida quien sin inmutarse volvió de nuevo la cabeza para dirigir fijamente la mirada hacia su rehén.

-¡Alto policía, suelte el arma!
-¡Colabore con nosotros, tire la pistola!
-¡No se resista, está rodeado!
Gritaban una y otra vez los agentes sin recibir respuesta alguna.

Al otro lado aquel hombre permanecía inmóvil, apuntando firmemente con su pistola a su prisionero, sin que pareciera importarle que cuatro hombres estuvieran dirigiendo sus armas hacia él.

La incertidumbre y el nerviosismo crecían a cada segundo que se consumía entre los agentes de la policía que veían desde la distancia como el asaltante, sin ni si quiera titubear ante su presencia, conversaba impasiblemente con el hombre al que retenía. Pero las órdenes estaban claras: no poner en riesgo la vida de ningún ciudadano y no disparar a menos que nos viésemos forzados a ello.


4. Los susurros de un alma atormentada

Por un momento dudé, -¿por qué estaba yo haciendo todo aquello? Tenía una vida normal, una esposa con la que era feliz, una hija maravillosa- pensé. Pero sólo fue un efímero momento pues recordé que ya no poseía nada de todo aquello, que tan sólo eran recuerdos de mi otra vida que con recelo guardaba en lo más profundo de mi alma, de manera que sucediera lo que sucediera ya no había vuelta atrás.

Mirando de reojo a los policías, quienes impasiblemente me apuntaban con sus armas, tomé aire intentando controlar la respiración y los latidos de mi corazón. Agarré con fuerza la pistola, sintiéndola entre mis manos, concentrándome en ella pues en esta ocasión solamente tendría una única oportunidad, un único disparo. Entonces, dando un paso adelante, clavé de nuevo la mirada en los ojos llorosos de aquel individuo al que retenía.

-¡Alto no se mueva! ¡Tiré el arma y levante las manos!- volvieron a advertirme los policías a mi espalda.

Pero mi decisión estaba tomada y nada me detendría.

-¿Ya no recuerdas este lugar?- volví a preguntar fríamente sin esperar ninguna respuesta -Yo, desde entonces no he podido dormir-. Mientras le apuntaba con la pistola apuré las pocas fuerzas que me quedaban y continué haciendo memoria. -Todo sucedió una noche de agosto, hace once años, ¿no lo recuerdas?- Palabra por palabra la ira fue apoderándose de mi alma -¿No lo recuerdas?- volví a gritarle. -Aquella noche una joven fue asaltada mientras esperaba el autobús, fue arrastrada a la fuerza hasta un oscuro callejón donde después de ser cruelmente violada por tres hombres, recibió varias puñaladas- continué diciendo lleno de rabia, sin preocuparme de los avisos que continuamente exclamaban los policías tras de mí -aquella chica murió sola en este mismo lugar aquella maldita noche mientras que tú dormías placidamente después de haber saciado tus instintos animales-.

-¡Por última vez, tire la pistola o abriremos fuego!

-Aquella chica tan sólo tenía dieciséis años- respiré apretando con fuerza los dientes -¡dieciséis años, maldita sea!- grité mientras acariciaba con suavidad el gatillo de la pistola -y era mi hija-.


5. La condena de quienes nunca escuchan (las armas)

De pronto el sonido seco de un disparo retumbó con violencia contra las paredes del callejón, deteniendo por un instante la noche, y a continuación el más absoluto silencio.

Después la tormenta.

6. Cuando las preguntas no encuentran respuestas

Jamás podré olvidar aquel momento.

«Sin ser consciente de lo que estaba sucediendo caí abatido sobre el suelo sintiendo como una profunda punzada en el corazón me hacía estremecer. No podía ser cierto. Nada de todo aquello podía estar pasando. Pocos segundos después el teléfono volvió a sonar, una y otra vez, incesantemente, pero ni si quiera me quedaban fuerzas para estirar la mano y descolgarlo. Intente tranquilizarme escondiendo la cabeza entre los brazos, cerrando con ímpetu los ojos, pero me resultó imposible pues aquellas palabras, aquellas trágicas palabras no dejaban de retumbar en mi cabeza y atormentarme sin piedad. La policía me acababa de comunicar que habían encontrado a mi hija en un oscuro callejón. Sin vida.»

-¿Por qué tuvo que ocurrirle a ella? ¿Por qué? ¡Sólo era una niña!- me repetí una y otra vez, día tras día, año tras año, sin ni si quiera lograr comprenderlo. De manera que tomé aire por última vez e intentando a duras penas mantenerme en pie, mientras sentía como las balas, de quienes supuestamente debían defenderme, perforaban mi cuerpo, volví a apretar otra y otra y otra vez el gatillo hasta acabar con el cargador de la pistola y descargar así toda la ira que había ido acumulando en lo más profundo de mi ser.
Y un instante después di con mis huesos contra el frío suelo y tratando de recordar a mi pequeña sonreí, no por sentirme orgulloso de lo que acababa de hacer sino por tener la certeza de que mi alma, que en cada suspiro escapaba poco a poco de mi cuerpo, terminaría encontrándose por fin con ella.

7. El juicio final (la voz de los periodistas)

Anoche tuvo lugar en las calles de la capital un trágico suceso. Un hombre armado con una pistola fue abatido por la policía cuando, después de haber sido descubierto y habiéndose negado a colaborar con ellos, llevó a cabo de forma impasible su tercer asesinato, acabando de varios disparos con la vida de un hombre de treinta y un años que ese mismo día había salido, al igual que las otras dos víctimas, de la cárcel, donde cumplieron once años de condena, la cuarta parte de lo que les impuso el juez.

Todos los indicios apuntan a que esta era la forma mediante la cual el homicida, un hombre de cuarenta y nueve años, trató de impartir su propia justicia con aquellos que once años atrás habían violado y asesinado a su hija, una joven de dieciséis años.

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