Resulta casi milagroso observar como con los retales rasgados de los sueños que nos sobran a muchos o simplemente con las migajas que desperdiciamos cada amanecer en el borde de nuestros espasmódicos delirios, unos pocos logran construir los suyos con asombrosa maestría.
No sólo me refiero a los extravagantes inventos que como por arte de magia emanaban de la cabecita de MacGyver, quien lograba escapar de toda clase de peligros sirviéndose de sencillos clips o chicles de menta, o al ingenioso Dédalo y a su imprudente hijo Ícaro, quienes consiguieron escapar del laberinto que daba cobijo al desalmado minotauro con unas elaboradas alas de cera fundida y plumas de nimios pájaros. Sino que, enredados en la maraña de la vida cotidiana de la que de ordinario formamos parte, podemos encontrar ejemplos maravillosos de personas corrientes y tangentes que reclaman para sí la gloria que apenas se vislumbra en sus sueños.
Así a la vuelta de la esquina descubriremos a maestros de orquesta que buscan la inspiración en viejas latas de conservas y bidones de latón, a arquitectos idealistas que, tomándose en serio los derechos humanos, proyectan casas en contenedores abandonados de barcos mercantes, a carpinteros que hartos de fabricar mesas en masa se imaginan los muebles de nuestras casas con materiales reciclados, a personas sencillas que buscan más allá de la basura la forma de iluminar el mundo de los más desfavorecidos con bombillas embotelladas en plástico y zinc, o a quienes para sobrevivir a los aciagos golpes del destino adverso recurren a diminutos tapones para costear grandísimas operaciones.
Y aunque algunos de estos artificios puedan parecer extremadamente sencillos (puesto que la dificultad no reside en la utilización de instrumentos tan comunes como éstos sino en su ideación, fabricación y aprovechamiento) la mayoría de nosotros, admitámoslo, jamás superaremos la sofisticada fase del oficinista manitas que, emulando los inventos de Da Vinci, elabora para la grandeza de su ego diversos chismes o chapuzas tan refinadas como la piedra pisapapeles, el intercomunicador espacial de yogures naturales o el bote de refresco para almacenar bolígrafos y demás trastos.
Por lo tanto donde nosotros sólo vemos un insignificante papel con franjas de colores un niño de dieciséis años, apenado por el fallecimiento de un familiar, descubrirá la fórmula para detectar varios tipos de cáncer. Donde la mayoría solo vemos un montón de inservibles bolsas de plástico un inventor advertirá una fuente alternativa de combustible. Donde muchos sólo vemos viejos neumáticos desgastados un ingeniero preocupado por el medio ambiente distinguirá materia asfáltica con la que construir nuevas carreteras. Donde la humanidad sólo ve un tronco añejo flotando a la deriva en un mar cada vez menos azul un náufrago avistará su anhelado y eficaz medio de salvación. Donde usted encuentre un problema alguien apreciará una oportunidad. Ahí radica la importancia de las cosas que, aparentemente, no tienen importancia, en que importan.