... relatos pseudopoéticos escritos desde lo más profundo de mi ser

Cerrado por vacaciones

Entre mis manos una hoja en blanco salpicada de palabras sin sentido solloza apenada. La música de piano se va posando adormecida sobre los muebles suspendidos de la sala cubriéndolos de soledad sonora. Fatigado de tanto bailar al compás de mis dedos el lápiz yace inconsciente sobre la mesa apoyado en el tiempo que parece haberse detenido ante mí, cansado de transcurrir sin más. Entre las entrañas de mi memoria rebusco en vano algún verso de Neruda que alimente mi espíritu dormido, mientras mis ojos deambulan en el vacío persiguiendo quimeras. Desconsolado, añoro ahora los susurros de mi musa retumbando cada noche en mi cabeza y agotado de no encontrarle sentido a la nada me abandono en el hastío. Frente a la ventana de mi habitación opaca un jilguero posado en un cartel que dice Cerrado por vacaciones llama mi atención con su canto y sonrío sin querer, incluso la poesía tiene derecho a huir de las atroces garras de la rutina.

... de regreso

Las huellas que he ido dejando esparcidas tras de mí se mezclan ahora con el viscoso asfalto de las calles que se derriten lentamente bajo mis pies mientras inconscientemente me mezclo con el deambular de los autos que pasan arrastrando tras de sí sus alargadas sombras negras y el ronco lamento de sus motores huecos. 

La rutina, agotada, se detiene un instante para saborear el repiqueteo de las campanas del reloj anunciando las siete y media y antes de que el último segundo desaparezca consumido en el olvido prosigue su camino arrastrándome nuevamente con ella, como cada mes de septiembre. Adormecido aún, me entretengo imaginando los minutos caducos desprendiéndose uno tras otro de la esfera que con apego les da cobijo y si el relojero que les dio la vida pensó en el tiempo perecedero que cada día se consumiría bajo el laborioso trabajo de sus pulcras manos per secula seculorum. 

Entonces, distraído por mis pensamientos, te recuerdo sonriendo (como siempre) y, contagiado por la felicidad que se dibuja curvada en tu rostro, sonrío y nada más, solamente sonrío y prosigo mi camino llenando mi cabeza de ensoñaciones y de recuerdos, de furtivas estrellas fugaces dejando en el oscuro cielo brillantes estelas recubiertas de deseos. 

 Mi alma, tratando de huir del diario transcurrir que se abalanza a escondidas sobre ella, se deleita ahora dibujando en el lienzo de la memoria garabatos sin sentido, quimeras envueltas en papel de regalo aguardando a ser abiertas, ilusiones que tarde o temprano dejarán de serlo para convertirse en la cotidianeidad que recubre finamente la vida de un soñador, pues no es lo mismo soñar que tener sueños. 

Y de pronto extraño el aroma dulzón que traía el viento y me despeinaba, el horizonte vacío de chimeneas, el carrusel de hormigas cargadas de trigo, el sonatina de los grillos a la vera río, las noches en vela brincando en la plaza… y cierro los ojos y me imagino tumbado sobre la arena jugando a cazar estelas de aviones como si fueran moscas o imaginando el dulce sabor de tus huidizos besos o el acogedor calor de tus abrazos perennes y poco a poco, sin querer, me voy deslizando entre la gente, confundiéndome con ellos, enredando mis pasos con los suyos, mezclándome tibiamente en el bullicio que exhala de la urbe que me acoge de nuevo, sin rencor por el abandono estival, mientras saboreo los últimos días de agosto en mi memoria para despedirme de ellos mientras cruzo la puerta de la oficina y saludo: ¡Buenos días!

La dieta de los buitres

Y cuando los comensales acabaron de limpiarse las migas de pan que yacían esparcidas sobre la delicada seda que cubría sus abultadas barrigas dio comienzo el festín. 

Entonces como si la deliciosa carne de ternera no hubiese saciado sus estómagos sedientos y no hubiesen llenado aún sus gaznates sin fondo con la embriagadora bilis de Baco, recogieron sus codos sobre el mantel de la mesa y entre bocanadas de humo gris y mal disimulados sorbos de licor amargo comenzaron a repartirse las migajas de cielo y tierra que aún quedaban sin dueño mientras yo, desconfiado e incrédulo, permanecía inmóvil (como el arpa) aguardando pacientemente en un rincón alejado para satisfacer sus peticiones con la mayor premura posible aunque para ello tuviera que ofrecerles en una bandeja de plata mi propia cabeza cortada. 

Así, sin más, comenzaron a volar de boca en boca sobra las copas vacías palabras complejas y ambiguas, grandilocuentes discursos teñidos de empleo y porvenir que retorciéndose bajo la nube de humo se diluían en la nada tratando de proyectar ambiciosos planes de futuro con los que encubrir su avaricia y disfrazar sus mentiras, hasta que de pronto el eco de sus rancias promesas cubrió el hueco de su dilatada codicia y estallaron en socarronas carcajadas las insípidas palabras que atiborraban sus discursos. 

Y sin mostrar empatía alguna con su exquisita dieta engulleron de un bocado las playas de salitre y arena que pertenecían al mar para llenar de ladrillo y cemento los acantilados que antes sólo alcanzaba el viento. Después colmaron los verdes bosques con el viscoso asfalto que se les escurría de entre las manos y sembraron la tierra con plantas inertes de plástico y de hormigón. Máquinas sin corazón devoraron con afán hasta el último aliento que exhalaba del suelo de los profundos valles y su falta de conciencia contaminó los ríos que surcaban la piel de la tierra. Con sus afilados colmillos de latón mordisquearon robustas montañas para explotar el alma que permanecía oculta bajo sus arrugas de roca y con flemáticos ungüentos creados en laboratorios artificiales arruinaron los campos que fueron savia de la vida en otro tiempo. 

Ante nuestros propios ojos, cegados por el color de su dinero corrupto, por sus falaces promesas y sus decrépitos empleos, secaron los lagos, contaminaron los mares y emponzoñaron el cielo, destrozaron la tierra y nos robaron los sueños, y cuando se hartaron de nuestros recursos huyeron dejando tras de sí la desolación y el abandono que precede al suplicio, al tormento. 

Cuando el banquete alcanzó a su fin uno de los comensales se acercó a mí mostrando sobre su voluminoso estómago una amplia sonrisa, propiciada sin duda por el hervor del alcohol y el satisfactorio compromiso alcanzado, y con un giño introdujo sigilosamente en el bolsillo de mi camisa unos billetes infectados de la complicidad de la que yo no deseaba ser participe. Trague saliva tratando de domesticar mis demonios y amablemente le devolví la sonrisa y le indiqué con educación la salida. 

A la mañana siguiente doné mis propinas a una ONG y lleno de rabia salí a defender la tierra que crece bajo mis pies pues en ella están plantados mis sueños e ilusiones y el recuerdo de mis abuelos y no dejaré que nadie las pisotee con sus fábricas de sucio dinero.