Desconcertado por la continua avalancha de noticias sobre corrupción, malversación y desvío de fondos públicos, delitos fiscales o prevaricación, trato de rescatar del fondo de mi memoria las “ineficaces” lecciones del Grajo quien envuelto en una nube de humo y rodeado de colillas de Ducados nos ilustraba con trenes que, aún sin importar su destino, siempre llegaban a su hora y como la X, colmada de incógnitas y secretos, era cruelmente separada de los números mediante signos matemáticos sin escrúpulos.
Aquellas mañanas cubiertas de escarcha ahuyentábamos el frío corriendo detrás de un balón en un patio sombrío y desentrañando el valor de una letra en función de los números que a su alrededor hubiera.
Hoy, quince años después de que anhelando eternidad grabara mi nombre en uno de los pupitres de las Comarcales, alcanzo a comprender que las tablas de multiplicar, la regla de

tres, las raíces cuadradas o el Teorema de Pitágoras han quedado obsoletos para el homo sapiens thecnologicus que somos. Y aunque me resulta extraño imaginarme a mis profesores de matracas como vendedores ambulantes de objetos perecederos así me incitan a hacerlo los titulares de prensa (siempre dispuestos a informarnos de forma objetiva e imparcial), y gracias a ello ahora comprendo que en nuestra maravillosa sociedad del siglo XXI dos más dos no siempre son cuatro, o al menos no para todos por igual, y para muestra un
botín.