
Incapaz de comprender siquiera los ecos de su propia existencia, la última alma humana rasgó con delicadeza la piel de papel que durante años le dio cobijo y consumiéndose se dispuso a abandonar el mundo de cemento que la amordazaba aun comprendiendo que aquello no sólo sería su final. Y así fue como las caricias perdieron el tacto y los besos y los sueños se volvieron caducos.